jueves, 26 de febrero de 2009

Primera Isla

“Soy siempre el río aquél mansa piel brutal, sigo.
Al horizonte me voy en caudal por cantos de pago chico,
Soy agua, y poco más,
viento en el sauzal, mujer de río.
Fue sol mi totoral, canto aquel zorzal, claro.
Fue noche algún adiós, manso adiós brutal, digo.
Siempre deseando ese cauce al revés,
regreso en el mismo río. (…)
Fui furia, barro y sed como la creciente, libre y animal.
Fiel a mi tempestad pude naufragar, y vivo, vivo.
Fui furia, barro y sed como la creciente, libre y animal.
Fiel a mi tempestad. Vengo, sigo,
claro, río, digo, vengo, sigo, río, claro, vengo.
Soy canto, soy canto de agua”
(Juan Falú)
Entre campos gastados y visiones cada vez más sagradas, el Delta se presenta casi como una tierra prometida, como un bálsamo entre tanto mar de repeticiones. El Delta me viene a personificar a la tierra virgen, la tierra constantemente purificada, los sonidos y los olores perdidos.

La isla que todos tenemos dentro es lo que nos recluye y nos aparta, es lo que nos lleva lejos y no nos hace volver, lo que nos ancla y lo que nos suelta. Ese pedazo de vida al cual nos aferramos y sin el cual nos creemos perdidos. Mostrar un pedazo de realidad, quizás más próxima que ajena, pero indudablemente lejana y olvidada para muchos: del Delta próximo, de eso hablo, del de acá nomás, del que todos sabemos y escuchamos hablar pero que evidentemente desconocemos. Escribir sobre estas gentes, dejar plasmados sus rasgos, se tornó una tarea por sobre todas las cosas comprometida; en primer término con ellos, con los isleros, con los que me confiaron la realidad de sus vidas; y en segundo término conmigo, con mi vocación y los múltiples caminos elegidos para encontrarla, aplicarla y crear mundos nuevos con ella. “Este trabajo, pues, es de una naturaleza específica, activa y comprometida. La antropología existe como un campo de conocimiento (un campo disciplinar) y como un campo de acción (un campo de fuerzas). Escribir antropología puede ser un locus de resistencia.” (Sheper-Hughes, 1997)

Las limitaciones y los riesgos del medio me fueron inmediatamente transferidos al tocar esas aguas. Me sentí anclada al pedazo de tierra, ¿qué flotaba?, sin poder moverme, sin tener acceso a su río. Las orillas naturales eran mucho más reales que las orillas de mis miedos; pero aún no me podía dar idea de cuanto más limitantes serían las orillas de las habitantes de esas islas. Ellos serían más inaccesibles que las islas y más turbios que el río.

Olor a barro.


lunes, 16 de febrero de 2009


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