lunes, 16 de noviembre de 2009

Las dimensiones de la ausencia

Vamos y venimos en un vaivén concéntrico de tiempo y espacio, intentando eternizar algún instante, intentando perpetuar la maravilla. Y nos angustia el peso de la ausencia, la certeza de lo efímero de las presencias cuando se encuentran, el peso de la amenaza del propio destierro, el desgarro de una despedida.
Transcurrimos vidas enteras, propias y ajenas, siendo testigos del tedio, del dolor y de la resignación. Siendo testigos de intentos denodados por un pedacito de felicidad, y por empañarla constantemente. Un día tuvimos ojos, nariz, boca, oídos y piel para comprender lo vanos de muchos intentos, lo inútil de tanta vida, lo efímero de tanta elección.
Y ejerciendo la traslación perpetua, la residencia en viaje, la eterna búsqueda de nuestra casa... vamos probando nuevos horizontes. Internalizando el propio traslado, la transformación interna y el hogar a cuestas... nos encontramos: nos descubrimos en nuestros ojos, nos contamos los dientes, nos olemos el alma, nos hurgamos la carne, nos duplicamos la sonrisa, nos regalamos las libertades, nos hallamos en un mismo dolor y en un mismo deseo.
Entonces, la dimensión de la ausencia se expresa para que nos enteremos del significado de la pérdida, para que palpemos la falta de peso del otro, para que enarbolemos la bandera de lo maravilloso, para que luchemos por la posibilidad del sueño, para propiciar todos los encuentros, para que exista el verso y la poesía, para que aprendamos a latir, para darle una buena excusa a la tristeza, para que no abandonemos la búsqueda, para no permitirnos la mediocridad ni la costumbre del dolor, para enseñarle al mundo de la potencia de lo posible, para obligarnos a la felicidad... y derramarla.